viernes, 29 de abril de 2022

EL TORMO: Quien prueba, repite.

 EL TORMO, a 29 de marzo de 2022, en la travesía de las Vistillas n.º 13 de Madrid, entre San Francisco el Grande y la catedral de La Almudena.

Este mes de abril me atrevo con dos experiencias, bien distintas ambas, pero ha surgido la ocasión de volver a ese local tan entrañable que es El Tormo, en el que tenía pendiente desde hace mucho tiempo el comer un cocido completo, siguiendo esa ruta que me propuse hace tiempo de probar el cocido en todos los restaurantes de la villa que tengan a bien servir un buen cocido, ruta que ya ha pasado por Llardy, Malacatín, La Cruz Blanca de Vallecas, y ahora, El Tormo.

Entrada a El Tormo

La buena de Mila, gran cocinera donde las halla, nos abre sus puertas a un grupo de amigos, amigos apasionados de la cultura y del arte, y también, por supuesto de la buena gastronomía.

Como ya he comentado en alguna otra ocasión El Tormo es un pedacito de Castilla La Mancha en Madrid, una especie de mesón con pocas mesas, lo que le hace al local un sitio muy acogedor, a lo que se suma la simpatía de Mila y su familia.

La buena de Mila y el puchero con la sopa

Mesón con mesas y sillas de madera, jarras de barro, lleno de fotos con gente famosa que se ha deleitado con la comida manchega y cuadros de paisajes.


Interior de El Tormo


Y algo original que no se encuentra en ningún otro restaurante, para acceder al interior hay que llamar a la puerta con una antigua aldaba.

Mila nos recibe con los brazos abiertos y una gran sonrisa; después de sentarnos y pedir unas cervezas, nos pone sobre la mesa el pan y pedazos de cebolla cruda y de guindillas, para acompañar a tan suculento plato, como se hacía a la antigua usanza.

La cebolla cruda y las guindillas

Y también como a la antigua usanza, aparece Mila con una cacerola de barro llena de sopa con un aspecto estupendo, que no hemos tenido por más que compararla con otra de tan infausto recuerdo que comimos en Talamanca del Jarama. Nos vamos sirviendo nosotras mismas de esa sopa caliente, de color dorado, ese color que le da el haberla aderezado con un poco de azafrán, ajo y perejil, según nos cuenta la cocinera, con fideo cabellín. Y todas hemos repetido tan suculenta sopa, incluso alguna más de dos veces.

La sopa de El Tormo

Mientras terminamos con la sopa, aparece Mila con una fuente de barro de por lo menos medio metro de largo en la que vuelca el cocido que trae directamente de la lumbre en otra cacerola de barro, llena a rebosar de garbanzos, patata, zanahoria, pollo, chorizo y morcillo, todo ello caliente y blandito. En su punto.

Mila volcando el cocido en la fuente de barro

Y para que no falte de nada, otra fuente con el repollo aderezado con ajo y pimentón y todas las puntas y huesos con los que se ha cocinado el caldo y el cocido.

Fuente de cocido y puchero de sopa

No contentas con todo esto sobre la mesa, nos vuelve a volcar en la fuente de barro otra vez otra cacerola llena de las mismas viandas. Terminamos resoplando, porque vemos que vamos a tener que dejar parte del cocido y de la sopa en los pucheros, que no vamos a poder comérnoslo todo, y es una pena. Pero no importa porque Mila se ofrece para que podamos llevarnos todo lo que ha sobrado; y eso hacemos, en tupers y tarros de cristal nos llevamos esa sopa dorada y ese cocido tan estupendo que ha sobrado, porque no nos podíamos permitir bajo ningún concepto que se desperdiciase ninguna comida.

El repollo

Y para terminar, no puede faltar en El Tormo, unos miguelitos caseros de hojaldre y crema que nos traen de postre, además del queso de la Mancha cortado en triángulos, y trocitos de mostillo, ese dulce elaborado con una reducción de mosto de la uva y almendras, de un color marrón, y alajú, ese dulce típico de Cuenca hecho con almendra, pan rallado tostado y naranja.

Miguelitos, queso, mostillo y alajú

Para terminar tan estupendo momento gastronómico, chupitos de orujo, licor de hierbas y resolí, además del café de puchero o infusión.

Comida y sitio para repetir. De hecho, ya tenemos la reserva para otra experiencia culinaria en El Tormo.

sábado, 9 de abril de 2022

AL-MOUNIA: Lo dulce y salado se entienden muy bien

AL-MOUNIA, a 9 de abril de 2022, en la calle Recoletos n.º 5 de Madrid, entre la plaza de Cibeles y la de Colón; se trata de una de esas calles que tiene Madrid con una gran oferta gastronómica por metro cuadrado. 

Esta semana que empieza el ramadán y que el presidente del gobierno español le ha hecho una visita al rey de Marruecos, parece un buen momento para visitar un restaurante en el que sirvan platos de la gastronomía marroquí. 

Al-Mounia, a la entrada del restaurante

Al-Mounia es un referente en Madrid, tanto por su cocina como por su oferta cultural y artística. Es un local en el que puedes sentir a Marruecos en toda su amplitud. La cocina marroquí es muy rica y variada, ya que en ella se mezclan las diversas culturas con las que la zona del norte de África se ha relacionado a lo largo de los siglos, la bereber, la árabe y la mediterránea, sobre todo. 

 El local fue inaugurado en 1966 y está decorado por manos artesanales de Marruecos, para dar brillo a la estancia, una decoración que parece que te remite a la Alhambra, con esos dibujos geométricos y arabescos en paredes y techos. 

Interior de Al-Mounia


Al Mounia es un local para disfrutar de la buena comida al mismo tiempo que se admira esa decoración en paredes, techos, mesas e incluso tapizados. Aunque eso sí, la mesa, muy al estilo marroquí, demasiado baja para mi gusto, de tal forma que se puede clavar la madera en las piernas, y con ese reborde que la hace un tanto incómoda. El local lleno, lo que es buena señal. El servicio atento y detallista; incluso tienen guardarropa. Como curiosidad, algunos camareros van vestidos con una chaquetilla roja y un sombrerito de fieltro del mismo color o también llamado fez, con su borla negra. 

La mesa en al-Mounia


En Al-Mounia podemos degustar los platos más típicos de la cocina marroquí, como el cous-cous o sémola cocida al vapor que acompaña a distintas carnes o pescados, la pastela ese pastel dulce y salado de masa de hojaldre y aroma de canela, mechoui o cordero entero asado a la brasa. 

En los últimos meses es difícil obtener una carta con los distintos platos que se ofrecen en papel, ahora tienes que descargar la carta por internet, a través de la aplicación Lens, y en verdad que a mí me resulta difícil decidir un menú con ese sistema; prefiero leer en papel los platos que se ofertan, porque me resulta más cómodo, aunque me creo que ese tiempo ya pasó. Así que, después de mucho mirar y dudar, nos decidimos por pedir un menú degustación a compartir y otro plato de brochetas con arroz. 

El bonito plato en el que hemos comido


Mientras nos decidimos con lo que nos apetece comer en el día de hoy, nos sirven un pequeño aperitivo con unas albóndigas de carne de ternera con salsa de tomate y uno rollitos de hojaldre rellenos de pollo. Buen empiece.

Aperitivo de albóndigas y rollitos de pollo


El menú degustación tiene todo lo más básico de la cocina marroquí y empezamos por una selección de cuatro entrantes servidos en unos cuencos pequeños: un delicioso humus suave y cremoso aderezado de piñones y aceite de oliva; tabulé o ensalada de tomate, cebolla, perejil y trigo acompañado de limón y aceite de oliva, todo cortado en pequeñísimos dados; zelouk o ensalada de berenjena asada y chekchouka o pisto con su tomate y pimiento. Con estos platos no puede faltar en la mesa el pan de pita para poder empujar o para envolver tan mágicos entrantes. 

Humos, zelouk, chekchouka y tabulé


El siguiente plato que nos sirven del menú degustación es la sabrosísima pastela, ese pastel  de hojaldre relleno de carne de pollo y frutos secos, y por encima, espolvoreada de azúcar glas y canela, típico de la cocina marroquí, pero que, en este caso, en vez de tener forma de tarta, nos lo sirven como un rollito. Es del todo impresionante y sublime esa mezcla de sabores, el azúcar dulce junto con la aromática canela y el salado del interior. Además, en el mismo palto, uno rollo alargado de pollo y otro pastelito de hojaldre de forma triangular relleno de verduras. Y acompañado de una suave salsa de tomate para poder mojar tan ricos pastelillos. 

Pastela, rollito de pollo y triángulo de verduras


En el menú degustación de la cocina marroquí no puede faltar el cous-cous, esa sémóla de trigo cocida al vapor, que viene acompañada de tiernísimos garbanzos, una brocheta de carne de ternera, y acompañado de zanahoria, cebolla caramelizada, lo que parecen hojas de repollo, y todo ello aderezado con dulces pasas, que nos envuelve, una vez más, en ese sabor dulce y salado al mismo tiempo tan espectacular. 

Cous-cous con brocheta de ternera


Para terminar con el menú degustación, un tajín de cordero y almendras, o lo que es lo mismo, una tierna paletilla de cordero, con la salsa de hornear el propio animal a la que se le ha añadido sésamo, y aderezado con almendras y ciruela negra. Otra vez esa mezcla de dulce y salado que emociona. 

Tajín de cordero y almendras


El menú degustación era para una persona, así que, para completar el menú hemos pedido unas brochetas de cordero, servidas en la mesa en su pincho pero que el camarero gentilmente nos ha desprendido la carne del hierro y puesto sobre el plato para poder saborearlas mejor, acompañadas de un sabroso y aromático arroz basmati al azafrán con cebolla caramelizada y pasas. De nuevo cruce de sabores dulce y salado. 



Hay que hacer notar que para mi sorpresa, todos los platos que nos han servido son suaves y delicados, sin ese toque de comida especiada, o picante y llena de hierbas aromáticas, que pensaba tenía la comida marroquí. En definitiva, comida con todo su sabor y sin artificios. 

Aunque la comida ha sido abundante, nos queda sitio para el postre y con el menú degustación nos sirven un pastel de almendras con chocolate blanco y un delicado te moruno, que es una buena forma de terminar una comida. A parte, el camarero nos sorprende cuando nos trae una bandeja llena de dulces; de chocolate, de frutos secos, baklava pestiños,… unos ocho pasteles de distintas clases, pero… sólo se puede escoger uno. Nos decidimos por el de chocolate negro, que es un pastelillo de lo que parece almendra y miel cubierto de chocolate, y por encima, un pedazo de nuez. Difícil elección, pero el resultado ha sido delicioso. 

Pasteles de chocolate blanco y negro

De toda la experiencia del día de hoy, me quedo con el cous-cous, la pastela y esa decoración del local tan suntuosa. Lo peor, la incómoda mesa, pero se perdona por la grata experiencia del día.


Tetera y te moruno


Para terminar el relato y para las curiosas de la señalización de los aseos, nada que objetar, muy adecuado al local en el que hemos disfrutado de tan grata experiencia.