Casa Botín, fundada en 1.725, es el restaurante más antiguo del mundo, según el libro Guinness de los Records; no podemos dejar de probar sus delicias en nuestro juego mensual. Tiene fama de ser uno de los locales que mejor conserva esa cocina tradicional madrileña, por eso nos tenemos que atrever con ese cochinillo y ese cordero asado estilo castellano. Cochinillos y corderos que vienen de la mejor zona de Segovia, de Riaza y Sepúlveda, asados y dorados en el horno calentado con leña de encina. Aunque tampoco nos vamos a olvidar de esos pescados, merluzas o lenguados, seguro que ricos-ricos, traídos de las lonjas.
Un poco de historia, en 1.725 reinaba en España el primer Borbón, Felipe V y ya habían venido al mundo dos de los futuros reyes, Fernando VI, nacido en 1.713, hijo de María Luisa Gabriela de Saboya, su primera esposa, y Carlos III, nacido en 1.716, conocido como el mejor alcalde de Madrid, hijo de Isabel de Farnesio, su segunda esposa.
El nombre de Botín, viene de Jean Botin, un cocinero francés que se aposentó en Madrid, y junto con esposa, de origen asturiano. Fue un sobrino de ella, llamado Cándido Remis, quien abrió un negocio en este Madrid de los austrias, hizo una reforma en la planta baja de este edificio de cuatro plantas, cerrando los soportales que había. Aquí se inicia el negocio Botin. En el siglo XIX se volvió a reformar esta planta baja, convirtiéndose en una casa de comidas, que no restaurante. Es en el siglo XX cuando el negocio llega a los actuales propietarios, la familia González. Tras la guerra civil, los hijos del matrimonio González, Antonio y José, se pusieron al frente del negocio, y lo han conservado, llegando hasta el día de hoy.
El nombre del emblemático Casa Botín, figura en diversos libros como en “Fortunata y Jacinta” del canario Galdós, en las “Greguerías” de Ramón Gómez de la Serna o en “El tiempo entre costuras” de María Dueñas.
Casa Botín tiene en la planta baja, un mostrador, algunas mesas y la cocina; tiene mesas para comer también en la calle, pero a nosotros nos sitúan en la primera planta. A primera vista, muchas mesas y sillas, demasiado juntas unas de otras para el bicho que tenemos encima.
Servicio muy atento, algunos camareros llevan pajarita negra sobre su uniforme blanco, otros no, y algunos llevan mascarilla con el logotipo del restaurante, otros solo la quirúrgica. En este restaurante, todos los camareros tienen una cierta edad, y me sorprende que no me haya llamado la atención, como sí pasó en La Ancha, el que las camareras no fuesen muy jóvenes. Es posible que estemos llenos de prejuicios.
Mesas y sillas de madera que no parecen muy nuevas, cuadros, diplomas y cerámica en las paredes, paredes cubiertas de azulejos que ya tienen una edad hasta media altura.
Nos traen la carta, y creo que es el primer sitio en el que no nos preguntan que si queremos beber algo de aperitivo. Pedimos vino y agua y tras ojear un poco la carta, decidimos que esta vez no vamos a pedir croquetas, porque es el plato que saboreamos casi siempre; optamos por pedir como entrante y para compartir unas manitas de cochinillo rebozadas. Sobre el plato, siete manitas de cochinillo pequeñas, jugosas, tiernas, rebozadas, aunque bastante sosas. Estas manitas son todo hueso, pero hueso y carne gelatinosa, que provoca el que tengamos que chuparnos los dedos constantemente.
De primero, una sopa castellana, con mucho ajo laminado, hilos de jamón serrano y con mucho pan. No puede faltar un huevo escalfado por encima que rompemos para que esa yema amarillita se mezcle con esa sopa de pan, que también ha resultado sosa y con poco sabor. Es posible que esa sopa castellana estuviese hecha con agua y no con algún caldo de ave, que le da más sabor.
De segundo, a lo que hemos venido a casa Botín, cochinillo y cordero asado. Nos lo traen a la mesa ya emplatado, con su salsita y viene acompañado de dos patatas pequeñas, cocidas y con su piel. La carne tierna y jugosa, la piel del cochinillo tostada y en su punto, aunque no me parece que pueda ser partido con un plato, como hace el señor Cándido de Segovia.
Cochinillo asado de Casa botín |
Por suerte, aunque ha sido una comida contundente, nos queda hueco para el postre, así que pedimos una tarta de queso, receta de la abuela, una tarta estupenda, bastante gordita, muy jugosa y acompañada de una mermelada de arándanos al lado de la tarta, no por encima como en otras ocasiones.
Otro dulce es el que puede ser el postre estrella de la casa, llamado Tarta Botín, un bizcocho con crema. Sobre el plato un bizcocho en tres capas muy empapado y entre medias dos capas de crema pastelera muy suave. Por encima, una capa de lo que parece un merengue tostado muy suave que se deshace en la boca en cada bocado.
Una última consideración, desde mi punto de vista de visitadora de restaurantes y catadora amateur, Casa Botín está sobrevalorada. Es cierto que los asados estaban en su punto correcto, pero los hemos probado mejores; creo que la visita a Botín no será la que mejor recuerdo nos deje en la memoria.
Como siempre y para mis amigas curiosas, la señalización de los aseos, esa dama y ese caballero de época, quedan muy acorde con un local abierto hace siglos, aunque eso sí, sobra esa placa en la que se lee damas o la silueta del señor.