DOÑALUZ, a 15 de Agosto de
2019, en la calle Montera n.º 10 de Madrid, zona Sol, centro, centro; centro
neurálgico de la ciudad.
Es verano y toca disfrutar de
una cena en una terracita de la capital, desde la que tener una buena
vista de la ciudad y de paso, comer bien.
Después de una tarde
calurosa, buscamos a DoñaLuz por la calle Montera; y nos ha costado
trabajo encontrarla. Hemos tenido que sortear las mesas de una
terraza en la calle, tocar el timbre de un portero automático, atravesar un
pasillo (eso sí, muy bien iluminado con anuncios luminosos del restaurante) y
después de subir hasta el quinto piso en el ascensor, aparecemos en
DoñaLuz.
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Cartel del restaurante en el pasillo de entrada |
Nos sitúan en una mesa
orientada al oeste, y en ese mismo momento se está poniendo el
sol por entre los tejados de la capital; allí, tras las montañas de
las estribaciones de la Sierra de Guadarrama. ¡Qué lujo, una puesta
de sol, y el famoso reloj de la Puerta del sol ante nuestro ojos! Y
una torre iluminada que creemos identificar como el hotel que hay en la
plaza de Santa Ana.
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El reloj de la Puerta del Sol desde la terraza de DoñaLuz |
Madrid no se ve igual desde
las alturas que a pie de calle.
Nos atiende un camarero muy
atento, al que pedimos algo fresquito, como un mojito y un coctel
especial DoñaLuz Gold. Después de la tarde calurosa, esos cócteles a tope de hielo en forma de daditos y su base de
hierbabuena, ha sido un deleite veraniego en toda su extensión.
La decoración de la terraza no merece ninguna valoración, algunas macetas, algún farolillo, pero es que tampoco le hace falta; ese reloj de la Puerta del Sol iluminado y su bola por toda decoración, que casi lo tocas con la mano, y sobra cualquier otro artificio. Mesas sin manteles y platos de diseño, con sus cubiertos, que por cierto, no hemos utilizado; comer con las manos al anochecer también es una gozada.
La decoración de la terraza no merece ninguna valoración, algunas macetas, algún farolillo, pero es que tampoco le hace falta; ese reloj de la Puerta del Sol iluminado y su bola por toda decoración, que casi lo tocas con la mano, y sobra cualquier otro artificio. Mesas sin manteles y platos de diseño, con sus cubiertos, que por cierto, no hemos utilizado; comer con las manos al anochecer también es una gozada.
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El DoñaLuz Gold y el mojito muy fresquitos |
Vemos que lo que prima es la
gastronomía latina, y decidimos pedir tres entrantes o sabores
previos, que llaman ellos, para terminar con unas arepas (tortitas de maíz). El camarero nos ayuda para cambiar lo que hemos elegido, porque parece que hemos escogido dos platos de la carta con
una base de patatas; así que al final, escogemos tres sabores
previos, y luego se verá si pedimos algún sabor principal (que en DoñaLuz llaman así, en vez de segundos platos).
Antes de que nos traigan los platos, nos sirven en una, digamos, cazuelita, poco práctica todo hay que decirlo, porque no tiene buena base y se mueve mucho, de unas gotas de oro verde de Montserrat, aceite de aceituna pequeña, y sabor excelente, que invita a mojar ese pan tierno que nos han traído.
Escogemos unas lágrimas de pollo al estilo cajún con alioli de lima y cilantro. Estamos ante unas tiras de tierno y crujiente pollo, pollo que ha sido marinado en leche y limón unas horas y luego empanado con harina de maíz y distintas especias e incluso kikos molidos, estilo cajún, con una base de patatas en gajos, y lo acompaña una salsa verde, la de cilantro y lima. Y es curioso, porque es una mayonesa muy suave, en el que los sabores fuertes del cilantro y la lima no destacan; será para no enmascarar el rico sabor del pollo.
Antes de que nos traigan los platos, nos sirven en una, digamos, cazuelita, poco práctica todo hay que decirlo, porque no tiene buena base y se mueve mucho, de unas gotas de oro verde de Montserrat, aceite de aceituna pequeña, y sabor excelente, que invita a mojar ese pan tierno que nos han traído.
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El oro verde de Montserrat en su platito/cazuelita |
Escogemos unas lágrimas de pollo al estilo cajún con alioli de lima y cilantro. Estamos ante unas tiras de tierno y crujiente pollo, pollo que ha sido marinado en leche y limón unas horas y luego empanado con harina de maíz y distintas especias e incluso kikos molidos, estilo cajún, con una base de patatas en gajos, y lo acompaña una salsa verde, la de cilantro y lima. Y es curioso, porque es una mayonesa muy suave, en el que los sabores fuertes del cilantro y la lima no destacan; será para no enmascarar el rico sabor del pollo.
Otro de los sabores previos
que pedimos es el guacamole, jalapeños (ese pimiento pequeño y
picante), dados de salmón y totopos de maíz, o lo que nosotros
llamaríamos nachos. Y así, sobre una fuente redonda, llena de
nachos y sobre ellos, el guacamole, y esa mezcla tan colorida de
trocitos de tomate, pimiento rojo, salmón,
cebolla morada y aros de jalapeños (que yo aparto porque no me
apetece el picante). Y en el centro, una crema blanca y ácida, que
parecía un queso de yogur ácido. Untar el nacho saladillo, y a la
vez con ese toque picante que le da el roce con el jalapeño, con
la crema agria, ofrece una mezcla de sabores muy interesante. Han
servido a parte una salsa de la que nos han dicho que tengamos
cuidado porque picaba un poco. La hemos probado, y no la hemos
encontrado tan picante, aunque tampoco sabemos qué tenía,
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El guacamole y los nachos con su crema agria |
El tercer entrante lo dejo
para el final, aunque nos los sirvieron los tres juntos, en el mismo
momento. Y es que se trataba de unos tequeños de guayaba (fruta de piel verde y carne roja muy rica en vitamina C) con salsa
agridulce. Los tequeños es un plato típico venezolano, que son canutillos fritos (hechos con una masa de harina, mantequilla,
huevo y agua), rellenos esta vez con un membrillo de guayaba, que el
saborearlos, daba la impresión de estar comiendo chocolate. Y como
en el plato anterior, esa mezcla dulce con la salsa agridulce,
ofrecía una mezcla de sabores muy especial. Viene acompañado de plátano frito en rodajas muy finas. Buenísimos.
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Los tequeños de guayaba y la salsa agridulce |
Y por eso yo los he dejado
para el final, porque no pudimos pedir las arepas, que ya no nos entraban, y de paso, a mí me sirvió de postre.
Y la señalización de los cuartos de baño, en este caso, se trataba de una única puerta con los tres emblemas clásicos, eso sí, de colores y muy alegres. Un toque de color sobre una sobria puerta, aunque hay que hacer notar el estereotipo de hombre-azul, mujer-rosa, pero simpático.