sábado, 14 de diciembre de 2019

PICOROCO: O la sopa con pan opaco


PICOROCO, a 14 de diciembre de 2019, en la calle Orellana n.º 19, zona de Tribunales,
Es casi invierno y empieza a hacer frío, por lo que apetece y mucho, un plato de cuchara. Y Picoroco se nutre de la cocina tradicional vasca, y en los productos de temporada, todo de la chef Itxaso Elosegui. Su cuna ha sido todo lo aprendido de la cocina casera, lo que siempre hemos llamado, la cocina tradicional vasca de la abuela. 
El nombre de Picoroco se debe a un crustáceo del mismo nombre muy famoso en Chile; es de la misma familia que el percebe y les une cierta semejanza en la forma, y como tal, también vive en colonias.
Colores muy cálidos en la decoración, mesas con mantel y servilletas de tela, cubiertos de diseño y copa para el vino, todo muy cuidado y con mucho detalle. Sin olvidar esas lámparas tan originales.
Interior de Picoroco

Y en verdad es un sitio tranquilo, en una calle tranquila del centro de Madrid; los camareros muy atentos, preguntando cada cierto tiempo si la comida era de nuestro agrado, y aunque entre plato y plato, tengo la sensación de que han tardado más de lo debido en servirnos, tengo la sensación de que es debido a que todo en la carta es casero y el toque final lo hacen en el momento. Y eso se lleva su tiempo.
Como siempre, nos preguntan que si queremos algo de beber, y nos decantamos por un Nestea fresquito, y por una tisana caliente, un te rooibos o te rojo sudafricano. Es la primera vez que pedimos algo caliente como aperitivo, y la verdad es que ha entrado muy bien en un día frío. Nos han puesto de aperitivo una cazuelita de crema de calabacín y acelga, aderezado con una pizca de crema de lentejas, que le daba una pincelada de color marrón entre tanto color verde.
El aperitivo de crema de calabacín y acelgas

La carta que se nos presenta es muy interesante, con sus apartados de picoteo, entrantes, cuchareo, pescados y carnes, sin contar postres y carta de vinos.
Y mientras van preparando los entrantes, pedimos unas patatas bravas de picoteo y puedo afirmar que hacía mucho tiempo que no tomaba una patatas con esta fritada tan especial, recién fritas, calientes, blanditas por dentro y crujientes por fuera, con su salsa brava pelín picante, adornado con un chorro de mayonesa y su toque de cebollino. Únicas y especiales.
Las irrepetibles patatas bravas

Continuamos con un sopa de pescado a la Donostiarra, sopa que nos han servido en plato de cerámica, sopa espesa en el que nadan pedazos de pescado y a la que no le hace falta ni fideos ni arroz. Tiene una sabor y un color que no terminamos de identificar, la camarera pregunta a la chef, y a parte del caldo con los mariscos, su cebolla y tomate, tiene pan opaco, que no sabemos lo que es, pero apostamos por el pan de centeno, más que nada por el color del caldo.
La sopa de pescado a la Donostiarra

Terminamos que unos callos con nido de patatas paja, unos callos calientes, cortados en trozos pequeños, acompañados de jamón y chistorra, y aderezado de tomate, pimiento seco y cebollino. No puede faltar ese toque intenso y algo picante de los callos en Madrid.
Los callos sobre nido de patatas paja

A compartir también un arroz meloso con pedacitos de oreja de cerdo y trompetas de la muerte, esa seta de color negro. Un plato curioso, porque destaca sobre todo el sabor intenso de la seta sobre la oreja ibérica, incluso sobre el arroz con el toque de cebollino. Una receta especial.
El arroz con oreja y trompetas de la muerte

De vez en cuando, los camareros se pasaban por las mesas ofreciendo rebanadas de pan de cereales muy tierno.
Después de la intensidad de los callos, nos quedaba poco hueco para el postre y el poco hueco que quedaba, hemos decidido llenarlo con un hojaldre de manzana casero recién hecho, servido templado, acompañado de una bola de helado de mango y una frambuesa. Una tarta sobresaliente.
El hojaldre de manzana

Y en cuanto a la señalización de los aseos, comentar que ya los hemos visto en otro sitio, en Zest, por lo que no los podemos considerar original, aunque el diseño sí es moderno.

domingo, 8 de diciembre de 2019

AHORA EN EL 16: Italiano sin peros.


AHORA EN EL 16, en la calle Martín de los Heros 16, en la zona intelectual de Madrid, junto a los cines Renoir y Golen, en los que las películas son en versión original, junto a Plaza de España.
Diciembre es un mes complicado, porque todos tenemos fiestas, comidas y saraos y es difícil detenerse a saborear y apreciar la comida, porque estamos más enfrascados en conversaciones que en platos. Y por ser mes de muchos eventos, no todos los restaurantes están a la altura.
Y así, sin preparación alguna, hemos salido por la noche al centro porque teníamos entradas para el teatro, y la idea era cenar “cualquier cosa, en cualquier sitio” por esa zona de Plaza de España, que por cierto, tiene muchos sitos donde escoger.
Paseamos arriba y abajo, buscando sitio. Hay mucha gente por la calle y hay que tomar una decisión. Hemos visto un localillo con un cartel en la puerta en la que ofrecen berenjenas rellenas. Aquí nos quedamos.
Nos encontramos con una especie de tasca, mesas bajas y altas con taburetes, poco iluminado, pequeño, y gente tomando cañas.
Interior de Ahora en el 16
El camarero, un italiano llamado Massimo, nos presenta al cocinero, un chico muy joven y nos cuenta que no todo lo que está en la carta lo tienen en esos momentos, porque ellos hacen los platos con productos frescos, en muy poca cantidad porque la cocina es muy pequeña, y que en esos momentos se está terminando de cocinar una lasaña con merluza y gambas y otra de carne. A mi me ha llamado la atención las berenjenas.
Y entre charla y charla con el enrollado Massimo pedimos lo único fresco que tienen en esos momentos, una burrata, eso queso primo hermano de la mozzarella, pero mucho más cremoso y jugoso. Venía acompañado con unos tomates y unos higos secos, y aderezado con una ligera salsa pesto, que le daba ese color verdoso al plato y salpicado con piñones y pasas. Una humilde burrata y todo un manjar.
La burrata con pesto
Por supuesto, pedimos la berenjena rellena. Sobre el plato, rodajas de berenjena y sobre ella, pedazos de tomate y calabacín, todo muy al dente, poco cocido, para así apreciar todos los sabores y texturas. Y una deliciosa y suave (no parecía parmesano) capa de queso poco gratinado por encima. Otro manjar artesano.
La berenjena rellana
No podía faltar la lasaña, en este caso con pasta fresca, con su carne picada y su ligera bechamel. Es una lasaña, digamos "normal, pero también la preparan para celiacos; claro que por encargo.
La lasaña de pasta fresca
Como no ha sido una cena muy contundente, vamos a por los postres y Massimo nos ofrece el típico tiramisú, que hay que decir que tenía su sabor a café y el queso mascarpone batido en su punto, con su licor y azúcar también en su punto. 
El tiramisú en su punto
Y un cannolo, dulce típico de Sicilia, que consiste en una masa enrollada en forma de tubo y frita, y por dentro una suave crema de requesón y diminutos trocitos de cáscara de naranja, o naranja confitada, que le daba ese ligero sabor amargo.
El cannolo siciliano
En definitiva, típica comida italiana casera, elaborada con productos frescos y con mucho mimo. Se recomienda una visita para saludar a Massimo y que te haga las recomendaciones del día.
Por esta vez nos olvidamos de la señalización de los aseos. Había prisa por no llegar tarde al teatro.

domingo, 1 de diciembre de 2019

EL BROTE: Hongos al poder


EL BROTE, a 30 de Noviembre de 2019, en la calle de la Ruda n.º 14 de Madrid, en la zona de el Rastro, Cascorro y Mercado de La Cebada, Latina.
Este restaurante de noviembre ha sido escogido por tener la especialidad en guisos a base de setas y productos silvestres. Y desde luego, las expectativas han quedado sobradamente cumplidas.

Cartel anunciador de El Brote

Nos encontramos con una especie de tasca, mesas redondas o cuadradas pequeñas, sillas que parecen las de la salita de nuestras casas, platos pequeños, servilletas de papel, decoración de dibujos de toda clase de setas, y servicio muy amable. Después de pedir la cervecita de rigor, el camarero que parece que lleva un poco la voz cantante, de los dos que hay, nos hace sugerencias para escoger los platos de la escasa carta, carta que tiene solamente nueve platos, de los que siete lo son de diversas setas.

Interior del local de El Brote

Como la idea era degustar sabores y texturas de los distintos hongos, nos decantamos por probar los níscalos, lengua de vaca y senderuelas (aunque también había boletus o trompeta de los muertos). Sin olvidarnos de ese plato de tomate dulce aderezado con riquísimo aceite de Arbequina y sal; tal vez la piel del tomate resultaba un poco dura, pero de sabor extraordinario, puro tomate-tomate.

Tomate dulce con aceite de Arbequina

El primer plato que nos sirven, junto con los tomates, y que ha sido el más recomendado por el camarero, han sido los níscalos (también llamado rebollón) en escabeche de cítricos, berenjena asada y alcachofa de Jerusalén frita (o tupinambo). Nos presentan en un plato hondo los níscalos cortados en tiras, tiernos y envueltos en una salsa de cítricos en la que se advierte el sabor de la naranja y se observa la presencia de hojas de lima. Le acompaña la alcachofa de Jerusalén frita en láminas, que aunque se llame así, no es una alcachofa, se trata de un tubérculo que tiene un sabor parecido a la alcachofa, pero con una forma parecida al jengibre.

Los níscalos en salsa de cítricos

Otra seta que hemos decidido probar son unas senderuelas con sofrito de alcachofa de Jerusalén, con espinacas y gambas. Esta seta tiene una textura y un sabor más suave que el níscalo, más pequeña, y con el acompañamiento de las hojas crudas de espinaca y el toque del sabor de la gamba resulta un plato muy delicado.
Senderuelas con espinacas

Y por último, una seta llamada lengua de vaca con espinaca, caldo, molleja de ternera y patatitas con menta y perejil. Una seta llamada lengua de vaca, de la nunca había oído hablar, es un hongo de color crema y con un cierto amargor, pero en el plato que nos sirven no se nota ese amargor. La mezcla en la boca de la sabrosa patatita asada con el toque de menta, pedazo de la tiernísima molleja de ternera y la lengua de vaca, es todo un manjar.

Lengua de vaca, molleja de ternera y patatitas

El servicio en la mesa muy correcto, en el que hay que comentar el interés de los camareros en saber la opinión de los platos, sobre todo del muy recomendado, níscalos con salsa de cítricos.
La comida ha sido ligera, porque las setas no son un plato pesado, así que, tenemos sitio para el postre. Y sólo tenían uno, que resultó un flan de rebozuelos (también llamado chantarela) regado con caramelo. El rebozuelo es un hongo que puede llegar a tener un color anaranjado y con forma de trompeta y de sabor dulce, por eso ha sido utilizado en este postre. Más que un flan, yo diría que se parecía a una tarta de queso esponjosa.  Sobresaliente.



Como colofón, la señalización de los aseos, en este caso un único aseo, para mujeres, hombres y personas con alguna discapacidad, con el letrero de los taxistas LIBRE (en verde) y OCUPADO (en rojo), letrero que el usuario daba la vuelta según la ocasión. Original.


lunes, 28 de octubre de 2019

TREZE: sabores de otoño y esponja de menta


TREZE, a 26 de octubre de 2019, en la calle General Pardiñas 34, en pleno barrio de Salamanca, entre la milla de oro y la calle Goya.
Se trata de un restaurante especializado en cocina de mercado, y como estamos en otoño, época de caza y setas, aprovechamos para intentar degustar ambas especialidades.
Nos encontramos con un restaurante en el que se encuentra la barra de frente, según entras, y detrás de ella la cocina, con varios cocineros con unos gorros de diversos diseños, cada uno distinto, lo que le da un toque de color muy alegre. Hay bastantes mesas, algunas de ellas al lado de la barra y de taburete alto, como para una comida informal, pero todo lleno, hasta arriba. Tiene un decoración muy escasa, sin adornos ni cuadros, muy sencilla, aunque eso sí, la mesa con su mantel y servilleta blanca, vasos y copas, y platos con el logo del local.

El plato de Treze con su logo

Antes de sentarnos, ya nos preguntan si queremos algo de beber y nos decidimos por un vermut y un nestea fresquitos. Nos traen con ello, unas patatas fritas, y antes de pedir la comida, nos sirven unas rodajas de chorizo y salchichón de venado, para abrir boca; realmente sabroso.

El chef nos comenta los platos que hay fuera de carta y su precio, y las recomendaciones y como siempre, nos parecen interesante esos platos que no están en la carta y que están elaborados ese día con ingredientes del día, entiendo. Aunque también puede ocurrir que los platos recomendados sean los que tienen que dar salida cuanto antes.
Nos decidimos por unas navajas a la plancha con escabeche de alga. Y según nos lo sirven, sorprende el olor del escabeche y el color de las algas que decoran las navajas. Han resultado un poco duras, pero de sabor intenso por el vinagre.

Las navajas con escabeche de algas

El otro entrante por el que nos decantamos es el guiso de morro de ternera y manita de cerdo con oreja crujiente. Así, el nombre del plato suena muy interesante, y lo que nos sirven es una especie de callos, elaborados con el morro y la pata del cerdo y la ternera, esa parte tan gelatinosa y en trozos pequeñitos, y un ligero toque picante. Sobre ellos, unos pedazos de oreja tostada como si fuese una corteza de cerdo, pero finísima. Un plato estupendo, con el toque del sabor intenso de los callos a la madrileña, aunque hay que señalar que la oreja crujiente estaba demasiado tostada y dura.

El guiso de morro y pata

Uno de los platos ofrecidos fuera de carta y que hemos escogido han sido las verdinas (especie de haba) con berberechos y trompetas negras (esa seta llamada también trompeta de la muerte), plato de cuchara que ya empieza a apetecer y servida con todo su sabor, sabor más intenso que le da el berberecho con concha que nos encontramos. Otras veces hemos pedido verdinas en otros restaurantes, y es verdad que tenían un color verde intenso, más verde del que tenían en Treze.


Las verdinas con berberechos

El otro primer plato escogido han sido unas alcachofas ahumadas y confitadas, que en la misma mesa las han aliñado con un buen chorro de aceite. Las alcachofas siempre están buenas, siempre me gustan, y estas, por supuesto, también, tiernas y con todo su sabor.

Las alcachofas ahumadas

Por prudencia, hemos elegido un único segundo plato a compartir, un costillar de jabalí con endibia y piñones. Sobre el plato, un costillar del que hemos sacado dos chuletas con su palo, pero con una carne rosada y tierna, muy sabrosa (y no de sal), acompañado de un revuelto de calabacín, berenjena y piñones, que resulta un acompañamiento perfecto. Sin olvidarnos de esa endibia a la plancha, que yo no había probado nunca de esa forma, siempre la he comido cruda, en ensalada. Interesante.
El costillar de jabalí con endibia

No podemos dejar pasar la oportunidad de saborear alguno de los postres que ofrece la carta, y nos decantamos por la tarta de queso gamoneu, que resulta una tarta peculiar para ser de queso, es redonda, tierna y sin mermelada por encima, pero sí acompañada de una crema de membrillo espectacular, adornado de azúcar glas.

La tarta de queso gamoneu

El otro postre ha resultado una sorpresa; se trata del cremoso de chocolate blanco, crumble, fruta de la pasión y menta. En el plato, una base de migas de galleta y sobre ellas tres bolas alargadas de crema de chocolate blanco, acompañado de una especie de mousse de menta (más parecía una esponja) y medallas de mermelada de fruta de la pasión, con ese toque ácido que tiene. Un postre original y delicado.

Crema de chocolate blanco y menta

En cuanto al servicio, atento, aunque entre plato y plato se ha tardado más de lo esperado. Y señalar, que cada poco tiempo, una camarera se pasaba por las mesas ofreciendo rebanadas de pan de tres sabores diferentes: blanco, con semillas y de maíz con pasas. Nosotros pedimos pan por lo menos tres veces, porque estaba buenísimo.
La caja con gominolas y bombones
Y para terminar café cortado, que ha venido acompañado de una caja con un par de gominolas, de unas galletitas y de bombones de chocolate blanco y negro. Un bonito detalle.





Con relación a la señalización de los aseos, me resulta elegante, como el propio local.

sábado, 28 de septiembre de 2019

ZEST y las pocas calorias sabrosonas


ZEST, a 28 de septiembre de 2019, en la calle Recoletos n.º 10, entre Cibeles y Colón y en una calle que, aunque corta, se ha puesto de moda por la cantidad de restaurantes que lo jalonan.
Zest es un restaurante, podríamos decir, distinto; ha sido elegido porque sus platos están elaborados con ingredientes bajos en calorías, o realizados con técnicas que no acumulan grasas, pero con todo sabor.
Interior acogedor de Zest

Nos encontramos en el barrio de Salamanca, en un local muy acogedor. Somos los primeros en llegar y nos sitúan en una mesa pegada a la cristalera que da a la misma calle Recoletos; disfrutamos de toda la luz del mediodía y sus reflejos.
Nos acomodamos, y como siempre nos preguntan que si queremos algo de beber, y nos ofrecen la posibilidad de saborear un cóctel; ponemos cara de que a lo mejor sí, y nos comentan que los tienen con y sin alcohol. Y en un arranque de valentía nos decantamos por uno con alcohol a base de vodka, fruta de la pasión, jengibre y limón, y el otro sin alcohol, con sirope de vainilla y pomelo; ambos servidos en copa ancha y muy fresquitos. Una delicia que ha entrado de maravilla antes de ponernos a comer, aunque uno me resultado un tanto ácido (tiene limón y jengibre) y el otro dulce y muy agradable.


Cóctel con y sin alcohol

Mientras tanto, nos sirven en una cazuelita un carpacho de remolacha con escabeche de zanahoria, que más bien parecía un huevo frito de codorniz con su clara coloreada, pero no, allí estaba el sabor de la remolacha en todo su esplendor, regada de cebollino.
Carpacho de remolacha y escabeche de zanahoria

Degustamos este original aperitivo y el cóctel con y sin alcohol, y se presenta en nuestra mesa Marccelo, que es la persona que se encarga de hacer los cócteles. Nos explica la elaboración de los mismos, el toque original que le quiere dar y demostrarnos que trata a sus bebidas y a sus clientes con mimo. Atendemos a sus explicaciones y le preguntamos por el spritz italiano, cuando nos dice que él es argentino con ascendencia napolitana. Y quedamos en pasarnos otro día para que nos prepare un aperol spritz.
Leer la carta ha resultado un poco inquietante, porque los platos bajos en calorías están elaborados con ingredientes y técnicas que nos resultan extraños. Pero como venimos a probar y saborear platos nuevos, elegimos dos entrantes, podríamos decir que raros, dejando fuera las típicas croquetas. El primero sam de alitas de pollo deshuesadas cocinadas en salsa koreana y envueltas en hojas de sisho. No sirven el un plato 6 alitas deshuesadas, con un toque meloso, y envueltas en unas hojas de sisho, que es una planta aromática con un sabor que se podría semejar a la menta, aunque su hoja es más grande. Y su correspondiente cazuelita de salsa barbacoa koreana con semillas de sésamo, que aunque en su origen es picante, esta de hoy no lo estaba, y se agradece.
Se trata de mojar la alita y su hoja de sisho en la salsa barbacoa, y esa mezcla de la alita melosa, la hoja aromática y la salsa resulta sorprendente y muy agradable al paladar.
Detalle de las alitas deshuesadas envueltas en hoja de sisho


Otro de los entrantes que pedimos es un bao de pastrami o pan asiático cocido al vapor con pepinillos y mostaza. Un bao es un pan redondeado y blandito, de un centímetro de espesor, más o menos, que se puede doblar como una empanadilla, sin llegar a cerrarse, y meter dentro los ingredientes al gusto; en este caso el pastrami (carne de vacuno adobada con una mezcla de sal, pimentón, pimienta, laurel y cilantro, y luego asada a baja temperatura) con un revuelto de pedacitos pequeños de pepinillo con mostaza y una base de queso chedar. Realmente rico.
Bao de pastrami y pepinillos

De segundo plato escogemos, podríamos decir, unos fetuccini con champiñones y trufa. En Zest, la pasta no es tal, de trigo duro, sino que el plato se elabora con una raíz llamada konjac (con alto contenido en fibra) de color blanquecino y con una textura más fibrosa que la pasta tradicional. Pero bien puede pasar por pasta y el aderezo de la nata baja en calorías, las setas y el fuerte sabor de la trufa espolvoreada sobre los fetuccini, y la cebolleta resultan del todo un plato lleno de sabor.

Los fetruccini con champiñones y trufa

El otro plato escogido son unas albóndigas de cordero con falso cuscús y especias marroquíes. Como su nombre indica, sirven cuatro albóndigas con un suave sabor a cordero, muy melosas por fuera aunque la carne resulta un poco apelmazada, y una base de falso cuscús con zanahoria y calabacín, que no debía de ser sémola, pero no sabemos exactamente de qué es, no terminamos de sacar el sabor para que digan que es bajo en calorías. Se podría tratar de konjac, también (y el cebollino que no falte).
Las albóndigas con falso cuscús

Viene de nuevo Marccelo, y como le hemos dicho que el cóctel con y sin alcohol nos ha gustado mucho, viene a preguntarnos si nos gusta el café. Y nos cuenta que nos va a preparar otro cóctel cuya base es el café. Miramos alrededor, y aunque el local está lleno, ninguna mesa tiene sobre ella más allá de la botella de agua. Parece que somos sus clientes favoritos y nos trata con esmero.

Y mientras viene esa bebida de café y los postres, nos dejan la relación de calorías de los platos que hemos comido, recuerdo bajos en calorías, en relación con su plato, digamos normal. Resulta que la tarta de queso normal tiene 285 calorías y la de Zest, 97; y un plato de pasta normal tiene 1000 calorías y la nueva pasta con raíz de konjac tiene 260 calorías. Interesante y con todo el sabor.

Pedimos esos postres bajos en grasas y nos decantamos por el Secreto de oreo, relleno ligero con topping de oreo, que resulta una copa con base de polvo de galleta oreo negra y una ligera mousse de queso filadelfia light y bola de helado de chocolate.
El Secreto de oreo

El otro postre es un tarta de queso fresca, con una breve base de galleta, ligera mousse de queso filadelfia y espuma de frambuesa, servida en un tarro de cristal y cerrado con su tapa. La espuma de frambuesa es, eso, espuma y no la mermelada que sirven en otras tartas, por lo que resulta muy ligera y nada pesada. Deliciosa y original.
La tarta de queso con espuma de frambuesa

Y por fin llega el cóctel de café. Aparece Marccelo con una copa de bola grande llena de hielo picado y sobre el hielo, dos vasitos de lo que parece café y espuma de café. Intentamos tomarlo de un trago pero no podemos porque la espuma es tan espesa que no deja pasar el líquido; poco a poco nos deshacemos de la espuma y del ligero café, que resulta ser descafeinado con unas gotas de licor 43...y otros ingredientes. Para nada resulta pesado ni fuerte por exceso de alcohol. En su punto y que no falte el adorno de los granos de café. 
Cóctel de café, llamado Estrella Pereira 

Ha resultado una experiencia muy agradable que no nos esperábamos y con la esperanza de volver a saborear un spritz italiano.



Como siempre, terminar con una señalización de los aseos, que me ha resultado divertida, moderna, aunque no sé si la señora o señorita también está baja en calorías.

sábado, 17 de agosto de 2019

DOÑALUZ: Sube al Madrid latino


DOÑALUZ, a 15 de Agosto de 2019, en la calle Montera n.º 10 de Madrid, zona Sol, centro, centro; centro neurálgico de la ciudad.
Es verano y toca disfrutar de una cena en una terracita de la capital, desde la que tener una buena vista de la ciudad y de paso, comer bien.
Después de una tarde calurosa, buscamos a DoñaLuz por la calle Montera; y nos ha costado trabajo encontrarla. Hemos tenido que sortear las mesas de una terraza en la calle, tocar el timbre de un portero automático, atravesar un pasillo (eso sí, muy bien iluminado con anuncios luminosos del restaurante) y después de subir hasta el quinto piso en el ascensor, aparecemos en DoñaLuz.
Cartel del restaurante en el pasillo de entrada

Nos sitúan en una mesa orientada al oeste, y en ese mismo momento se está poniendo el sol por entre los tejados de la capital; allí, tras las montañas de las estribaciones de la Sierra de Guadarrama. ¡Qué lujo, una puesta de sol, y el famoso reloj de la Puerta del sol ante nuestro ojos! Y una torre iluminada que creemos identificar como el hotel que hay en la plaza de Santa Ana.
El reloj de la Puerta del Sol desde la terraza de DoñaLuz

Madrid no se ve igual desde las alturas que a pie de calle.
Nos atiende un camarero muy atento, al que pedimos algo fresquito, como un mojito y un coctel especial DoñaLuz Gold. Después de la tarde calurosa, esos cócteles a tope de hielo en forma de daditos y su base de hierbabuena, ha sido un deleite veraniego en toda su extensión.

La decoración de la terraza no merece ninguna valoración, algunas macetas, algún farolillo, pero es que tampoco le hace falta; ese reloj de la Puerta del Sol iluminado y su bola por toda decoración, que casi lo tocas con la mano, y sobra cualquier otro artificio. Mesas sin manteles y platos de diseño, con sus cubiertos, que por cierto, no hemos utilizado; comer con las manos al anochecer también es una gozada.
El DoñaLuz Gold y el mojito muy fresquitos

Vemos que lo que prima es la gastronomía latina, y decidimos pedir tres entrantes o sabores previos,  que llaman ellos, para terminar con unas arepas (tortitas de maíz). El camarero nos ayuda para cambiar lo que hemos elegido, porque parece que hemos escogido dos platos de la carta con una base de patatas; así que al final, escogemos tres sabores previos, y luego se verá si pedimos algún sabor principal (que en DoñaLuz llaman así, en vez de segundos platos).


Antes de que nos traigan los platos, nos sirven en una, digamos, cazuelita, poco práctica todo hay que decirlo, porque no tiene buena base y se mueve mucho, de unas gotas de oro verde de Montserrat, aceite de aceituna pequeña, y sabor excelente, que invita a mojar ese pan tierno que nos han traído.
El oro verde de Montserrat en su platito/cazuelita

Escogemos unas lágrimas de pollo al estilo cajún con alioli de lima y cilantro. Estamos ante unas tiras de tierno y crujiente pollo, pollo que ha sido marinado en leche y limón unas horas y luego empanado con harina de maíz y distintas especias e incluso kikos molidos, estilo cajún, con una base de patatas en gajos, y lo acompaña una salsa verde, la de cilantro y lima. Y es curioso, porque es una mayonesa muy suave, en el que los sabores fuertes del cilantro y la lima no destacan; será para no enmascarar el rico sabor del pollo.
El pollo estilo cajún

Otro de los sabores previos que pedimos es el guacamole, jalapeños (ese pimiento pequeño y picante), dados de salmón y totopos de maíz, o lo que nosotros llamaríamos nachos. Y así, sobre una fuente redonda, llena de nachos y sobre ellos, el guacamole, y esa mezcla tan colorida de trocitos de tomate, pimiento rojo, salmón, cebolla morada y aros de jalapeños (que yo aparto porque no me apetece el picante). Y en el centro, una crema blanca y ácida, que parecía un queso de yogur ácido. Untar el nacho saladillo, y a la vez con ese toque picante que le da el roce con el jalapeño, con la crema agria, ofrece una mezcla de sabores muy interesante. Han servido a parte una salsa de la que nos han dicho que tengamos cuidado porque picaba un poco. La hemos probado, y no la hemos encontrado tan picante, aunque tampoco sabemos qué tenía,
El guacamole y los nachos con su crema agria

El tercer entrante lo dejo para el final, aunque nos los sirvieron los tres juntos, en el mismo momento. Y es que se trataba de unos tequeños de guayaba (fruta de piel verde y carne roja muy rica en vitamina C) con salsa agridulce. Los tequeños es un plato típico venezolano, que son canutillos fritos (hechos con una masa de harina, mantequilla, huevo y agua), rellenos esta vez con un membrillo de guayaba, que el saborearlos, daba la impresión de estar comiendo chocolate. Y como en el plato anterior, esa mezcla dulce con la salsa agridulce, ofrecía una mezcla de sabores muy especial. Viene acompañado de plátano frito en rodajas muy finas. Buenísimos.
Los tequeños de guayaba y la salsa agridulce

Y por eso yo los he dejado para el final, porque no pudimos pedir las arepas, que ya no nos entraban, y de paso, a mí me sirvió de postre.

Y la señalización de los cuartos de baño, en este caso, se trataba de una única puerta con los tres emblemas clásicos, eso sí, de colores y muy alegres. Un toque de color sobre una sobria puerta, aunque hay que hacer notar el estereotipo de hombre-azul, mujer-rosa, pero simpático.