domingo, 4 de marzo de 2018

EL TORMO. !Vamos a por el arroz con liebre!


EL TORMO. 3 de Marzo de 2018. Por tercera vez, y sin que sirva de precedente, volvemos a El Tormo, para probar otro guiso estrella de Milagros, el arroz caldoso con liebre y de paso celebrar una fiesta familiar. ¿Qué mejor sitio?. Es verdad que una de las normas no escritas del juego, es no repetir sitios, pero en este caso el arroz con liebre no se parece en nada al menú degustación del mes anterior, por eso decidimos repetir sitio, que no plato. Y previa reserva, nos presentamos a la hora de la cita a degustar ese arroz con liebre, que se preveía estar de rechupete.

Y como el arroz es un plato que tiene su tiempo, y hasta que esté en su punto, Enrique nos puso un platito de pisto y otro de morteruelo, para abrir boca, no aburrirnos y no mirar con envidia a los de la mesa de al lado. Y nos sorprendió que, aun siendo los mismos platos que comimos quince días antes y tener los mismos ingredientes, y según Milagros en la misma proporción, una pequeña variación en las especias, en este caso posiblemente el orégano en el pisto, nos hizo descubrir nuevos sabores. El morteruelo, para el que no lo sepa, especie de paté fibroso hecho de perdiz, faisán, jamón, costilla de cerdo y un poco de hígado para ligar la masa. Y la misma sensación que con el pisto: tenía un sabor más delicado que hace quince días. Capricho de las especias y/o hierbas.

Llega el arroz caldoso con liebre, una cazuela para cuatro que cuando llega a la mesa, piensas “Con todo esto comen ocho personas”. A la primera cucharada parecía que al arroz le faltaba un punto, pero es verdad que un minuto más y cuando hubiésemos terminado estaría pasado. Y al momento, ya no había caldo y vino Milagros y echó tres cazos de caldo, que al poco tiempo ya se había consumido. Lo que en un principio resulta un arroz con poco sabor, va cogiendo al fuerte sabor de la liebre (que a mí me recuerda al sabor del hígado), y hace que cada bocado resulte más sabroso.

Y tras el arroz, los postres: alajú, mostillo y hoy también hojaldres de La Mancha, una especie de Miguelitos de la Roda más pequeños y sin crema, pero con sabor a manteca. Y los licores de antaño. Entono el mea culpa de no hacer mención al vino, pero soy más de comer que de beber, y aunque Enrique nos sirvió vino, supongo que de algún sitio de La Mancha, no me molesté en preguntar qué vino era. Es una fiesta de sabores concentrada en quince días. Y me quedo sin lugar a dudas con el menú degustación del mes de febrero. Y como estudiantes poco aplicados, nos queda pendiente para septiembre el cocido.

Y los “boteritos” seguían colgados en sus puertas.