
Y como el arroz es un plato que tiene su tiempo, y hasta que esté en su punto, Enrique nos puso un platito de pisto y otro de morteruelo, para abrir boca, no aburrirnos y no mirar con envidia a los de la mesa de al lado. Y nos sorprendió que, aun siendo los mismos platos que comimos quince días antes y tener los mismos ingredientes, y según Milagros en la misma proporción, una pequeña variación en las especias, en este caso posiblemente el orégano en el pisto, nos hizo descubrir nuevos sabores. El morteruelo, para el que no lo sepa, especie de paté fibroso hecho de perdiz, faisán, jamón, costilla de cerdo y un poco de hígado para ligar la masa. Y la misma sensación que con el pisto: tenía un sabor más delicado que hace quince días. Capricho de las especias y/o hierbas.
Llega el arroz caldoso con liebre, una cazuela para cuatro que cuando llega a la mesa, piensas “Con todo esto comen ocho personas”. A la primera cucharada parecía que al arroz le faltaba un punto, pero es verdad que un minuto más y cuando hubiésemos terminado estaría pasado. Y al momento, ya no había caldo y vino Milagros y echó tres cazos de caldo, que al poco tiempo ya se había consumido. Lo que en un principio resulta un arroz con poco sabor, va cogiendo al fuerte sabor de la liebre (que a mí me recuerda al sabor del hígado), y hace que cada bocado resulte más sabroso.

Y los “boteritos” seguían colgados en sus puertas.